Los conserjes, una fuente de sabiduría universitaria

Publicada el 12.Feb.2019

Puntualidad británica. Los primeros que entran para que todo esté a punto cuando la Universidad abre sus puertas cada día. Entre las primeras tareas, abrir las aulas, comprobar que están bien, reponer la tiza, revisar los borradores; también recogen el correo y los paquetes y los reparten.

Son decenas de m2 de aulas que se revisan antes de las 9:00 cada día. Pero también entregan el correo al personal. Los medios electrónicos han reducido bastante esta tarea, aunque no así la entrega de paquete con material de trabajo para los departamentos,equipos electrónicos, etc.

Además, ofrecen todo tipo de información que les reclaman, tanto en persona como por teléfono.

Revisan cañones de vídeo, se ocupan de que los portátiles estén a punto, de que si hay un acto haya botellas de agua para las personas que hablan. Cuando hay alguna avería, envían los partes y se ocupan.

Son capaces de poner nombre y apellidos a cada persona. Además saben dónde está todo: dónde se puede encontrar una silla que falta, avisan en los sitios que la policía suele multar para evitar que los vehículos se aparquen allí.

Me gusta trabajar en la UPCT porque somos un equipo, intentamos solucionar cosas a profesores, alumnos y a las personas que acuden cada día a trabajar.

La mayoría de los días son tantas tareas que se nos pasa la jornada enseguida. Da gusto, la verdad.

Y detrás de cada uno de ellos, muchas historias para recordar. Por ejemplo, el rescate de un polluelo de gaviota que se había caído al patio de Industriales y aprovecharon un descuido de su madre para subirlo a la terraza para que pudiese seguir viviendo.

“Somos como un matrimonio”

José Alfonso García y Trinidad María Saura Ofrecio comparten conserjería desde hace veinte años. “Llevo más tiempo con ella que con mi mujer, somos como un matrimonio”, bromea José Alfonso, quien rememora cómo en los inicios de la Universidad “no teníamos ni donde colgar las llaves, tuve que hacer yo el cuadro con pladur”.

De su pericia como manitas son testigos todos los usuarios de la Escuela de Telecomunicación y el CRAI-Biblioteca del Campus de la Muralla, pues cada año, junto a Orencio, de Seguridad, monta un original árbol de Navidad a base de materiales reciclables. “Intentamos superarnos cada vez y lograr que llame la atención y la gente se fije”, comentan.

“La conserjería es parada obligatoria para todos”, resume Trini. “Cuando alguien tiene un problema, siempre pasa por aquí, así que los alumnos nos conocen más que a los docentes”, añade. “Estamos para todo, hasta para sacar a un perro que se coló en un aula sin que se enterara el profesor”, rememoran.

Propiciar buen ambiente

Las conserjerías también ejercen de pegamento en edificios utilizados por una comunidad universitaria muy dispar. Es el caso del ELDI, donde hay laboratorios de todas las escuelas, así como aulas y servicios administrativos. “Mucha gente ni se conocía, así que decidimos celebrar conjuntamente el final del curso, como si fuera ‘San ELDI’, el día de nuestro patrón”, comenta Remedios Moya Perona. El objetivo es “propiciar un buen ambiente, para que estemos unidos, como en familia”, añade la conserje, que también ha impulsado la instalación de un jardín vertical que cuidan entre todos los usuarios del edificio.

“A veces nos toca hacer de psicólogas, escuchando los problemas de cada uno, y acoger a los nuevos, que llegan muy perdidos”, relata Reme, que ha sacado así provecho de sus estudios en Psicología. “También hemos tenido que dar a apoyo a más de uno que se ha quedado encerrado en el ascensor, para que no se agobiara”, recuerda su compañera, Juana Martínez Ponce.

“Acuérdate de los pobres”
Los conserjes están en contacto directo con los estudiantes, especialmente en las residencias universitarias. “Yo me llevaba muy bien con Teodoro [García Egea, exalumno de la UPCT y actual secretario general del PP] y ya le decía: «cuando seas presidente del Gobierno, acuérdate de los pobres»”, recuerda María José López Sánchez desde la conserjería de Industriales.

“Ayudar a los alumnos es muy satisfactorio, como cuando llegan a Selectividad y se han olvidado la calculadora. Lo agradecen muchísimo”, destaca junto a sus compañeras María Dolores Madrid Segado y Agustina Bernal García. “O como cuando vino una alumna agobiada porque llegaba tarde a un examen porque había tenido una urgencia familiar. Fuimos nosotras a hablar con su profesor”, ejemplifica Lola. “O cuando se producen desmayos en la época de exámenes, lo principal es tranquilizar a los estudiantes”, añade.

“Hemos guardado móviles, llaves de coche y hasta una cartera con 200 euros hasta que localizamos a su propietario”, resalta Agustina, quien también evitó el robo de una bicicleta en exterior de la Escuela. “Desde entonces, hay aparcabicis dentro”, puntualiza.

“No sé si echarme a reír o a llorar”

Preciosas son las vistas desde la espectacular Facultad de Ciencias de la Empresa, otrora Cuartel de Instrucción de Marinería. “Muchos congresos se celebran aquí por las vistas, y los participantes se quedan maravillados”, cuenta la conserje Mari Carmen Millán Otón. “Y también hay quien sube a la sala de estudio para ver el puerto, como si fuera un mirador”, añade. Algunos congresistas extranjeros también se llevan sorpresas, especialmente si no se han interesado por el clima de Cartagena. “Hay quien viene en septiembre con abrigos de plumas y botas quejándose del calor y una no sabe si echarse a reír o a llorar”, recuerda con humor.

También de visita vienen “muchos, pero que muchos” mayores que hicieron hace décadas en el antiguo CIM. Entrar para ver el patio por el que tuvieron que desfilar en tantas ocasiones. “Me acuerdo especialmente de una pareja que vino expresamente desde Barcelona y de que el hombre me dijo ‘tú no sabes la de vueltas que dí yo a este patio’ y yo le animé a dar alguna más, pero ya no estaba para trotes”, rememora. Quienes no terminan de entender que es una facultad universitaria son “algunos padres que quieren hablar con ‘los maestros de mi hijo’ o preguntar por sus notas. Y también alumnos, que vienen pidiendo la lista de libros de texto a comprar, como en el instituto”, comenta jocosa.

Salvando especies de los depredadores

La ayuda que se dispensa en las conserjerías llega también al mundo animal. “Una vez rescatamos un vencejo, una especie protegida de ave, que tenía un ala rota y estaba siendo zarandeado por un gato. Vino el Seprona a recogerlo”, cuenta Carmen Soto Sevilla en la conserjería de las escuelas de Navales y Minas. “También salvamos a un gatito al que le habían echado el ojo las gaviotas. Lo llevamos a una protectora y ahora está en Alemania. Precioso en las fotos que me han mandado”, resalta orgullosa.

“Somos la cara visible de la Universidad”

El trabajo en las conserjerías tiene picos y valles, imprevisibles. “Hay veces que no hay nada y otras en las que se juntan tres o cuatro tareas a la vez, que si un transportista llega cargado de paquetes y sin saber a qué despacho o laboratorio deben ir, al tiempo que hay que abrir un aula y preparar el cañón de vídeo en el salón de actos”, enumera Belén Marín Lahoz en la Escuela de Agrónomos. “Con la paquetería en muchas ocasiones hay que hacer una labor de investigación, para descubrir a quién va dirigido antes de aceptarlo”, puntualiza su compañera Toñi Fernández Mora.

“Procuramos facilitar el trabajo a los profesores para que no se retrase la docencia o la investigación por problemas técnicos y dar la mejor atención posible al público, contando con que no siempre tenemos toda la información sobre la que nos preguntan”, resumen ambas. “Somos la cara visible de la Universidad... y a veces se nos queda cara de tontos, porque no se nos ha informado debidamente”, lamentan.

“Ponemos mucha voluntad de nuestra parte para tener actualizada la información sobre los teléfonos del personal, el horario de las clases… y hasta tenemos un plano de la ciudad para guiar a los nuevos alumnos por los distintos campus”, comenta Belén. “Cuando vienen los Erasmus, me toca la china a mí”, cuenta Toñi, “y agradecen mucho las explicaciones en inglés”. “La gente nos cuenta su vida y milagros y tenemos que orientarlos”, añade. “Somos imprescindibles, porque nuestro horario está sujeto al de apertura del edificio, pero no se nos valora suficientemente”, se lamenta. “No tenemos opción a promocionar en la carrera profesional y nos sentimos el último mono”, explica.